Abrió los ojos y al no poder ver nada supo que tenía los ojos vendados, y al darse cuenta de ello, puso todos sus sentidos en alerta.
Enseguida se dio cuenta de que estaba desnuda. Estaba además sentada en una silla, con las piernas abiertas y los pies atados por los tobillos a las atas de la silla. Sus manos estaban atadas a la espalda, y algo amordazaba su boca abierta sin dejarla cerrarla ni decir nada. Era como si tuviera una ciruela dura en la boca. Notaba la tira de la mordaza apretarse en su cuello y le vino a la imagen la película de Pulp Fiction y al escena en la que Buce Willies estaba atado y amordazado en un sótano. Gimiendo, soltando un gruñido y agitando la cabeza alejó esa imagen de su cabeza.
Pronto empezó a pensar en que la había pasado. Lo último que recordaba era estar con Pedro en la fiesta de cumpleaños en la casa de Juan, la que sus padres tienen en la sierra, no la de Madrid. Había bebido más de la cuenta y había ido al baño a vomitar, y no recuerda nada más, así pues debía de estar aun en casa de Juan, y si era así la estaban gastando una broma, y de muy mal gusto.
Gruñó, y a pesar de estar vendada, notó que una luz se encendía en la estancia donde estaba. Después, escuchó una puerta abrirse y pasos y risas. Enseguida, empezó a oír susurros y pasos más cerca.
– Mira, ya ha despertado. – dijo una voz que no reconoció. – ¿Cuánto lleva durmiendo?
– Ocho horas la muy borracha – dijo otra voz que creía reconocer.
– Pues menos mal que se ha despertado sola, aunque me hubiera gustado usar el cubo. – dijo otra voz. Y un torrente de hasta seis risas sonó alrededor.
Empezó a gemir. Quería gritar pero la mordaza se lo impedía. Estaba muerta de miedo. Notaba además su vejiga estallar. Toda la cerveza que había bebido la noche anterior seguía en su interior, y el miedo la estaba haciendo flojear. Sintió ganas de llorar.
– Ya era hora, ¿no?
Abrió mucho los ojos tras la venda que los cubría. Esa voz era la de Pedro, su novio con el que llevaba saliendo cinco meses. Dijo su nombre pero tras la mordaza sonó como un gruñido, y al oír de nuevo las risas no pudo más y se meó encima.
Un torrente caliente y acido de pis amarillo dorado se escurrió d entre su entrepierna cubierta por el rizado vello rubio saliendo al principio describiendo un arco y después como un leve reguero y extendiéndose entre sus piernas en el asiento de la silla de madera sobre la que estaba y a continuación cayendo al suelo mojando sus pies descalzos.
Llorando, pero sintiéndose aliviada al descargar toda la presión que tenía en su vejiga, Paloma sintió el torrente de orina extenderse bajo sus pies. Las risas siguieron un buen rato hasta que ya había dejado de mearse y solo se ocian sus gemidos y sus llantos mientras babeaba por la boca y las lágrimas se escurrían por debajo de la venda que cubría sus ojos.
– ¿Ya has acabado cerdita? – esta vez fue Juan quien habló.
>> La verdad Pedro, tiene un cuerpo de infarto.
– Si, y vosotros cabrones habéis tenido el placer de verlo desnudo en el mismo instante que yo.
Todos rieron, y Paloma solo pudo sollozar sintiendo el miedo invadir su cuerpo mientras su piel se erizaba y sus pezones se endurecían por el frio que empezaba a tener y el miedo que la empezaba a atenazar.
Había conocido a Pedro hacia seis meses, cuando celebraba su graduación en el colegio junto a sus amigas.
Aquel día, Paloma, que aun no había cumplido los dieciocho, salió por el centro de Madrid con sus amigas y tras discutir con sus padres largo y tendido prometiéndoles que no bebería nada de alcohol, promesa que hasta el momento de la fiesta de Juan – ¿ayer? No lo recuerda, solo le ha quedado claro que ha dormido ocho horas, pero cuando se desmayo ya era muy de madrugada, quizás las cuatro o así – lo logró. Fue, en la plaza de Alonso Martínez, a la salida del Burguer King, donde le vio. Estaba con su amigo Juan, el de la fiesta, con otro chico llamado Leo – el otro chico que ha hablado, recuerda sin dejar de estar asustada al reconocer la voz – y otros amigos. Su amiga y compañera de clase Susana se los presentó, ya que era la hermana de uno de ellos y les conocía de toda la vida. Ella estuvo casi toda la noche hablando con Pedro, y cuando llegó la hora de irse, tenia toque de queda, el chico la acompañó a casa y tras intercambiarse los móviles, se despidieron con un casto beso en la mejilla.
Los padres de Paloma eran estrictos, y muy tradicionales, y ella, que no quería hacerles enfadar, procuraba obedecerles en todo, por eso, cuando tras un mes de tonteo con Pedro este la besó en la boca en el portal de casa una noche en que la acompañó de nuevo, ella no quiso ir a más a pesar de estar feliz por lo que empezaba, y el tampoco quiso llegar más lejos.
Durante estos cinco meses, se habían besado, y el había acariciado sus tetas por encima de la ropa, y ella su abultado paquete por encima de los vaqueros, pero nada más. Cuando Pedro quería ir un poco más lejos, ella se negaba.
– Dame tiempo. – pedía.
Así, en estos cinco meses, ninguno de los dos había visto al otro desnudo, ni mucho menos ir más ala de tocamientos por encima de la ropa, y Pedro, que estaba ya harto de hacerse pajas cada noche, la había dado ese día un ultimátum, o se acostaban antes de fin de año, o la dejaba, y ella, recuerda ahora entre una nebulosa de alcohol en la que había sucumbido le dijo que no le podía prometer nada. El alcohol. Ese era un problema que si había resuelto. Aunque sus padres no lo aprobaban, es más la darían unos buenos azotes si se enterasen de que bebía, desde que cumpliera los dieciocho hacia un mes, se había habituado a la cerveza y el vodka, y en la fiesta de Juan, quizás había bebido demasiado, sobretodo de lo primero, y ahora, con su pis a sus pies mojándoselos y unas nauseas en su estomago se arrepintió, pero sobretodo se arrepentía porque eso la había dejado a merced de Pedro y sus amigos, y así, desnuda ante ellos, Paloma solo podía aterrorizarse ante cualquier idea que tuviera sobre su futuro inmediato.
– Hostias tio, pues tiene un cuerpecito digno de ser admirado.
Todos volvieron a reír mientras Paloma ya lloraba sin remedio y gemía tras la mordaza produciendo ruidos incoherentes y babeando por las comisuras de los labios.
– Pues la muy zorra no me ha dejado verlo hasta ahora.
Paloma escuchó la voz más cerca, y pronto notó una respiración en su oreja.
– Ni siquiera – dijo Pedo a su oído asustándola y poniéndola tensa – Me ha dejado nunca acariciar sus tetas piel sobre piel. Solo con la ropa puesta, y eso – dijo alargando la mano y cogiendo uno de los senos de Paloma que aunque eran de un tamaño agradecido cabían de sobra en su enorme mano – no lo puedo tolerar ya tras seis meses.
Y apretando con fuerza la teta derecha de su novia, aguantando el olor a orina, sonriendo, Pedro sonrió mientras notaba a Paloma tensarse, encoger los dedos de sus pies agarrotándolos y gritar tras la mordaza mientras su amigo Juan se acercaba a Paloma y empezaba a presionar su otra teta haciendo a Paloma llorar aun más gritar sin emitir sonido por la mordaza hasta creer que sus cuerdas vocales se rompían.
La diversión, pensaba Pedro sonriente al ver como su novia volvía a orinarse de terror encima, solo acababa de empezar.
Dejaron de estrujarla las tetas y se apartaron de ella.
Paloma lloraba y temblaba mientras las risas seguían a su alrededor.
De dos en dos, los seis chicos habían sobado sus tetas estrujándoselas y pellizcando sus pezones después hasta llegar a ponérselos morados de dolor. Las uñas de dos de ellos habían provocado algún corte en sus aureolas y en las puntas de los pezones y un leve hilillo de sangre pintaba con finas líneas las curvas de sus turgentes senos adolescentes, ya más bien de joven adulta.
El olor a orina inundaba la estancia, pero a ninguno de los chicos aprecia desagradar. Paloma temblaba de miedo y seguía profiriendo incoherencias. De nuevo notó como se acercaban a ella y de nuevo notó una respiración en su oreja derecha.
– Vamos a quitarte la mordaza Palomita – dijo Pedro sonriendo mientras acariciaba sus muslos fuertes y blancos por la pared interior, acercándose a su entrepierna, haciéndola gemir, intentado cerrar sus piernas pero siendo imposible, pues tenía fuertemente atados los pies por los tobillos y apenas podía mover sus muslos unos centímetros. – Si chillas, haremos que todo sea mucho más largo y doloroso de lo que tenemos pensado. En cambio, si obedeces, eres buena, y no gritas nada más que para tener salvajes orgasmos de placer, tal vez te dejemos hasta darte un baño después de que acabemos para que saques todo las corridas de dentro de ti.
Aterrada al oír las palabras de Pedro, que ya acariciaba su entrepierna húmeda de su orina, y jugaba con su vello rizado rozando con sus dedos sus prietos y tiernos labios sonrosados de su virginal coñito, Paloma notó que su vejiga volvía a debilitarse, pero nada salió de su interior. Estaba tan aterrada y tan vacía ya que no podía más, gimió y notó, como en primer lugar la quitaban la venda de los ojos y la dejaban caer sobre sus muslos. Agachando la vista al ver de frente a los cinco amigos de Pedro, Juan y Leonardo entre ellos, vio que la venda no era otra cosa que sus propias medias. Miró a ambos lados antes de que Pedro pudiera quitarle la mordaza. Estaba en un sótano, o un garaje. No veía nada en al estancia, solo una bombilla sobre ella y una puerta cerrada en una pared lateral, tras subir unas escaleras. Era el garaje de la casa de Juan, lo sabía porque ayer al llegar dejaron allí, en una nevera que estará tras ella seguramente las bebidas. Sin saber porque, se preguntó donde estarían el resto de sus cosas, su falda, su camiseta, su jersey, sus botas de piel, su abrigo, su bolso son su cartera y su IPHONE.
Pronto sus pensamientos se detuvieron al notar como la mordaza liberaba su boca y entre lagrimas y quejidos podía cerrarla no sin esfuerzo y ver como lo que caía entre sus piernas era en efecto una mordaza d bola, como la que Bruce Willies había llevado en Pulp Fiction.
Sus ojos rojos e irritados por el llanto miraron ya a sus seis captores, pues eran eso, una vez Pedro, su novio, se situó junto a ellos.
– Hola cielito. ¿Nos recuerdas a todos?
Paloma no dijo nada. Pedro sonrió.
– Mira, a Juan y Leo seguro que los recuerdas – dijo señalándolos – estos son Alberto y Alex – dijo señalando a dos chicos también de su misma edad que había junto a Pedro. – Y el es Marcos.
Paloma abrió los ojos al ver a Marcos. Sn duda era el que más sobresalía, pero hasta ahora, al estar tras todos y alejado de ellos no le pudo ver bien. Por fin, cuando se acercó, vio que era un chico enorme, quizás de más de metro noventa, puede que dos metros, fuerte y ancho como dos chicos normales. Un nudo en su garganta la hizo no poder hablar.
– ¿No dices nada?
Paloma tragó saliva. Aguantando los sollozos, mirando fijamente a Pedro, la joven consiguió hablar tras un esfuerzo considerable.
– ¿Qué queréis? – dijo aun temiendo la respuesta.
Pedro sonrió. Lentamente, se acercó hasta ella y se puso en cuclillas apoyando sus manos en los muslos de la chica. No le importaba el olor de orina, y sonriendo, acariciando la parte interna de esos muslos, llegando a mojarse con e pis que había en el asiento de la silla, sonrió con lujuria.
– Pasar un buen rato.
Y Paloma, cerrando los ojos gimió aguantando un grito de terror mientras los seis chicos sonreían divertidos viéndola temblar.