Lautaro abrió los ojos sacudido y sorprendido. Miró a la preciosa pelirroja que yacía debajo de su boca y volvió a lamerle la punta de un pezón para comprobar. Ella gimió otra vez ante la caricia de su lengua húmeda y si, él volvió sentir un tirón en sus genitales. Más específicamente en la parte posterior de sus testículos, justo debajo de ellos.
Eran los gemidos más… No. Eran “los” gemidos, se corrigió. Eran los gemidos que había estado buscando toda su vida, aun sin saberlo.
Verán… algunos hombres clasifican a las mujeres de su vida a partir de su aspecto, de su pelo, peso y color de ojos, otros por su personalidad, otros por su inteligencia, lo cual sabia él y tristemente ignoraban muchos, estaba íntimamente ligado al talento sexual de cualquier fémina.
Y no era que Lautaro no clasificara a las mujeres según esas cualidad también, no malinterpreten. Pero había algo a lo que él le daba especial importancia. Era lo más significativo, lo que más recordaba de una mujer… sus gemidos.
Había mujeres que apenas si suspiraban, otras que gritaban como locas, otras que hacían sonidos extraños… las había quienes gemían un “oh” otras un “ah”, también las que usaban consonantes siendo la “m” la más popular por mucho, y claro, había muchas que recurrían a todo un repertorio de gemidos dependiendo de la intensidad, profundidad, posición e imaginación del acto sexual.
Lautaro había escuchado en sus 27 años todas las vocales y aunque habían habido algunos gemidos memorables tanto si nos referimos a satisfactorios como a desastrosamente incómodos, la mujer que actualmente se hallaba en el piso, con su cabellera roja esparcida en todas direcciones y con el sujetador negro y la remera fina rosa corridas hacia arriba exhibiendo unos pechos pálidos y pecosos pues… esta mujer era especial.
Lautaro se metió un dulce pezón en la boca y sin despegar los labios de su piel se lo acarició con la lengua y lo succionó suavemente. El gemido que escapó de los labios de Rebeca se sintió como si le hubieran inyectado droga en ese punto especial en la base de los testículos, un afrodisíaco que no tardó en correr la corta distancia hasta su pene hinchándolo y haciéndolo palpitar peligrosamente cerca del orgasmo.
Mientras le besaba esa dulce boca había sentido ya el preludio de lo que prometía ser un encuentro sexual de lo más placentero, pero estos gemidos eran algo totalmente diferente.
Con cuidado pasó al otro pezón y se lo chupó y lamió otorgándole tanta dedicación como al primero. Rebeca volvió a gemir y Lautaro volvió a sacudirse al escuchar ese sonido tan delicioso, femenino y… excitante.
Abrió la boca sobre su pecho sujetándolo con una mano para hacerlo sobresalir y así abarcar mas carne sonrosada dentro de sus labios y cuando ella comenzó a retorcerse de placer largando gemidos entrecortados Lautaro sin pensarlo le penetró la boca con la otra mano, apoyándole dos dedos sobre su lengua y sujetándole blandamente la mandíbula.
Rebeca, tremendamente receptiva, le sujetó la mano y comenzó a chuparle lenta y dulcemente los dedos, acariciándolos con su lengua.
Ah esto era apenas un respiro. Lautaro casi sentía los lametazos en su sexo, pero al menos así no podría gemir por un rato lo cual le permitiría relajarse un poco más.
Podría pasarse todo el día mamándoles los pechos pensó, mientras pasaba de nuevo al izquierdo. No eran los pechos más grandes, ni los más llamativos que había visto. Pero eran los mejores. Y esto no tiene nada que ver con nada en particular, sino con un conjunto de factores.
La razón primordial era que esos pechos eran los de ella, y los de nadie más. Aunque bueno, que fueran tersos, llenos y cubiertos por adorables pecas también ayudaba a la cuestión.
Lautaro quería probarla, y para eso tendría que dejarle la boca libre. Decidió correr el riesgo, pero antes le saco los dedos húmedos de entre sus labios y la besó largamente. Su boca era dulce, y fácil de besar. Besarla… esa es otra cosa que podría hacer todo el día.
Fue besándola desde la boca hasta el ombligo pasando por su cuello, el valle entre sus pechos, sus costillas, cada una de ellas, cuando llego a su ombligo le metió la lengua. Ahora era el turno del cuerpo de Rebeca de pegar una sacudida. Le sujetó la pequeña cintura y le lamió la distancia que separaba el obligo de los risos castaños cubiertos por un jean desabrochado y una minúscula bombachita blanca, por lo que llegaba a ver. Le dio un sonoro beso en el elástico de la traslúcida ropa interior y se irguió para desvestirla del todo.
Lo hizo lentamente, sin prisas. Mirándola a los ojos. Él no era de apurarse de por si… pero con Rebeca se tomaba aun más tiempo. Ella lo miraba un poco subyugada por su mirada fija, pero le devolvía la mirada con timidez.
Cuando terminó de desvestirla le sujetó las caderas y la trajo hacia si, a lo que Rebeca soltó una risita sofocada. Le fue a abrir las piernas pero ella se lo impidió cerrándolas con fuerza, por lo que Lautaro le tomó los tobillos y se los besó y chupó ante lo cual ella comenzó a retorcer sus pies.
Se puso unos de sus pálidos pies sobre un hombro y le acarició con la lengua la pantorrilla de la otra pierna hasta la rodilla, articulación donde hundió su lengua lamiéndola en la parte posterior. Rebeca apoyó la cabeza contra la alfombra respirando entrecortadamente. Seguía mirándolo pero sus parpados parecían pesarles más y más a medida que él avanzaba por su pierna.
Cuando llegó al muslo se acomodó en el suelo ante su sexo expuesto y le lamió el surco que va desde sus nalgas hasta el hueso de la cadera. Primero de un lado y luego del otro.
Ella estaba silenciosa, expectante y agitada. Lautaro estaba disfrutando cada paso de la seducción. Acarició con la lengua los labios mayores, luego el surco que entre estos y los labios menores y finalmente, le pasó un largo y lento lametazo desde la base de los labios cerrados hasta la cima, donde se hallaba escondido el pequeño órgano del placer femenino.
Rebeca estaba en ese estado sexual entre la lasitud y la tensión. Respiraba con una lentitud forzada, tratando de calmar su pulso. Pulso que Lautaro podía apreciar casi en la punta de su lengua. La lamió otra vez, y otra vez, desde la base hasta la cumbre, y de nuevo hacia abajo, varias veces y cada vez le iba abriendo un poco más los labios que ahora ya se veían sensualmente hinchados y palpitantes.
Con una vista embriagadora de su columna arqueada y sus pechos y sus pezones erguidos, Lautaro comenzó a besarle el sexo como solo él sabía hacerlo. Lenta y concienzudamente, alternando entre lametazos, chupadas y penetraciones de su lengua. Acariciando sus labios, para luego besar y succionar suavemente su clítoris alerta a las sacudidas y temblores del cuerpo de Rebeca para no hacerla acabar antes de tiempo.
Quería sentir su orgasmo con su miembro dentro de ella.
Se incorporó y se sacó los pantalones siempre mirándola. Una vez desvestido, con su enorme erección expuesta tomó el preservativo y rasgó el paquetito.
-Tomo la píldora. –dijo Rebeca ruborizada. Al ver que él vacilaba agregó –la empecé a tomar cuando nos conocimos.
-Pero nos conocemos hace una semana –Dijo el confundido. En realidad la había visto antes pero solo a la pasada.
-Bueno… hace un mes y medio. Era el cumpleaños de…
-Si, si, me acuerdo. –Lautaro se recostó sobre ella divertido. -¿me estás diciendo que desde ese día has estado planeando seducirme y llevarme a la cama? –bromeó besándole el cuello. Sintió los brazos de Rebeca envolviéndolo y su risa sofocada contra su piel.
-Si… era todo un plan –dijo riendo. –y en realidad estamos en la alfombra.
-De todos modos me siento engañado –contestó Lautaro presionando la punta de su pene contra la suave y húmeda entrada de su cuerpo. Rebeca dejo de reír. El también, mirándola a los ojos le hundió el miembro centímetro a centímetro hasta que llegó al fondo.
Se quedó quieto largos segundos, absorbiendo la sensación de felicidad que lo estaba invadiendo. No, no de felicidad. De paz. Le acunó el rostro entre sus manos mientras se apoyaba en sus codos y comenzó a moverse despacio, saliendo y penetrando.
Rebeca lo abrazó y comenzó a gemir deliciosamente. Ah esos gemidos serían su fin, pensó Lautaro apretando los dientes. No aguantaría mucho más. Apoyó su frente contra la de de ella y aceleró el ritmo un poco, sintiendo sacudidas y temblores con cada sonido que ella hacía.
Cuando estuvo a punto de acabar le tapó la boca con sus labios bebiendo esos gemidos, respirándolos, pero parecían traspasarlo de todos modos, abriéndose paso hasta su corazón donde intoxicaban su torrente sanguíneo.
Finalmente metió una mano entre sus cuerpo y con dedos diestros le acarició el clítoris provocándole el clímax, y fue con ese prolongado gemido que el mismo llegó al orgasmo mas intenso de toda su vida, mientras se derramaba en calientes espasmos dentro de ella.
La cabeza le daba vueltas, el corazón le martillaba. Tardo unos minutos en poder ser capaz de levantar la cabeza de su cuello. Ella le acariciaba el pelo con un gesto de satisfacción que debía ser el reflejo de la satisfacción de él.
Lautaro se puso de lado, abrazándola sin salir de su cuerpo, acariciándole la espalda.
La miró a los ojos y supo que a partir de ese momento, el sería el encargado de arrancarle sus gemidos de placer.
Cosa que haría con gusto.