Conducía muy despacio. No eran más de las siete de la tarde pero, en pleno noviembre, el cielo estaba oscuro como boca de lobo, la lluvia caía intensamente, chocaba contra el coche como si de disparos se tratase. Los parabrisas se movían violentamente luchando contra el agua. No se veía absolutamente nada más allá de la luz corta que proyectaban los faros del coche. Veinte kilómetros atrás se había dado cuenta de que llevaba las largas estropeadas. Iba sola en la carretera. No había visto ningún coche en las últimas dos horas, horas que se le habían hecho tan eternas como bienvenidas. Allí, en aquella noche de noviembre mientras conducía ensimismada lentamente a ninguna parte, tuvo la triste idea de que no le importaría morir. Solo tenía que pisar a fondo el acelerador, la lluvia haría el resto. Acabaría empotrada contra alguno de los fuertes árboles en el arcén de la carretera, y todo terminaría. ¿Tendría el valor para hacerlo? O más bien ¿sería tan cobarde como para matarse? Allí en su coche, aquella noche de noviembre, las ideas se cruzaban en su cabeza. Ya no distinguía las cosas, su corazón llevaba pesándole tanto tiempo que sentía que no le pertenecía. Lo veía fuera de su cuerpo, se le salía de las manos. Muchas veces había intentado, destrozada, recogerlo y repararlo, meterlo de nuevo en su cuerpo, le había dedicado todo su tiempo y su energía, pero de nada había servido pues volvía a desprenderse de ella de nuevo.
El coche se paró. Se había quedado sin gasolina. Tan ensimismada como iba en sus pensamientos no había advertido que la aguja del contador llevaba tiempo señalando el poco combustible que le quedaba. Se quedó allí, en el interior de su coche, en medio de ninguna parte. Sus manos resbalaron del volante, cerró los ojos y suspiró pesadamente. No tenía más remedio que esperar allí dentro o salir fuera y empaparse. Decidió quedarse dentro. Apagó el contacto. Las luces y los parabrisas dejaron de funcionar. Lo único que escuchaba era el incesante sonido de la lluvia y su respiración. Desabrochó su cinturón de seguridad, recostó la cabeza contra el sillón y cerró sus ojos. Si tan solo acabara…pensó…
El ruido de unos nudillos contra el cristal de la ventana la despertó. Se había dormido sin darse cuenta. Miro hacia la ventana. Vio una figura grande encorvada con una linterna, trataba de mirar hacia el interior de su vehículo, la lluvia era tan espesa que dificultaba la tarea. Volvió a chocar sus nudillos contra el cristal, fuerte, insistentemente. Ella, sin pensar demasiado, puso el contacto y abrió la ventanilla. La lluvia se derramaba en el interior del vehículo.
- ¿Está bien? ¿Se ha hecho daño?
El sujeto era un hombre joven, no mucho mayor que ella, de unos 30 años. Estaba empapado, su pelo oscuro se pegaba a su amplia frente. Sus ojos la miraban intensamente. La iluminaba con aquella linterna, buscando sin duda algún daño. Volvió a preguntarle si estaba bien con aquella voz suya, grave, tan profunda.
- Estoy bien. Me dormí
- ¿Se durmió? ¿Ha bebido?
- No, solo me dormí. Me he quedado sin gasolina.
- ¿Ha llamado por teléfono a emergencias? ¿La grúa? La noche es peligrosa para circular.
- No llevo teléfono
- Vale… deje que la saque de aquí. Tengo mi coche ahí aparcado. Menos mal que he llegado a verla, no me la he comido de milagro. No lleva las luces de emergencia…
- Lo siento
Lo siento no eran las palabras que él esperaba. Miró a la muchacha sentada dentro del coche. Era muy joven, no más de 25 años, guapa. Un manto de tristeza parecía cubrirla. Lo miraba directamente a los ojos, reclinada en su asiento, sin cinturón de seguridad. Tuvo el presentimiento de que aquella muchacha no quería la ayuda de nadie. Pero no podía dejarla allí.
- Salga y suba a mi camioneta. La llevaré y pondré un aviso a la grúa para que venga a recoger su coche ¿de acuerdo? ¿Hacia dónde se dirigía?
- No lo sé
- Bien… de acuerdo…quite el seguro, déjeme ayudarla a salir.
Pasaron unos minutos en los que se miraron en silencio. La lluvia seguía cayendo con la misma fuerza. Finalmente ella quitó el seguro y abrió la puerta. Pensó que aquel hombre que no la conocía de nada no estaría completamente empapado en medio de la noche si no fuera por ella. Así que salió del coche. Él pasó un fuerte brazo alrededor de sus hombros, la acercó a su costado y echaron a caminar rápidamente hasta la camioneta.
- Entre y espéreme aquí. Vuelvo en un minuto. Voy a intentar mover el coche hasta el arcén.
- Vale
El hombre se apresuró hacia su vehículo. Abrió la puerta del conductor, quitó el freno de mano y empujó el coche hasta que, después de varios minutos, quedó quieto en el arcén. No le resultó muy complicado. Su coche era pequeño, de tres puertas, y él era un hombre muy alto, fuerte parecía. Volvió corriendo hacia la camioneta, abrió la puerta del conductor y entró y cerró. Se pasó las manos por su cabeza empapada mientras jadeaba por el esfuerzo.
- Siento que te hayas empapado
- No se preocupe
- Por favor, no me llames de usted
- Como quieras… entonces… ¿estás bien? ¿no estás herida ni nada por el estilo?
- Estoy bien
- Bien… no he visto ningún objeto en el coche. ¿Llevaba bolso…?
- No, nada
- Vale… mira, yo voy al pueblo. Está a unos 30 km. Tardaremos un poco más por la lluvia. En cuanto lleguemos pongo un aviso a la grúa y puedes llamar por teléfono a donde quieras. Supongo que habrá cobertura allí en alguna parte… mi móvil ahora mismo está seco. ¿Te parece bien?
- Bien
- Pues vamos…
- Gracias
- No hay de qué
La miró y le regaló una pequeña sonrisa antes de arrancar la camioneta. Se pusieron en marcha rápidamente. Iban a más velocidad que cuando ella conducía momentos antes. Parecía que conocía el terreno, además su coche era mucho más grande y sólido, preparado para aquellos parajes y sus faros funcionaban perfectamente. Viajaban en completo silencio. Él miraba fijamente a la carretera aunque de vez en cuanto le echaba una mirada de soslayo. Parecía que quería iniciar una conversación pero no sabía cómo empezar. Ella quería que él hablase, su voz profunda la había sentido como un bálsamo, la había serenado y excitado a la vez, algo que no le había pasado nunca. Quería oírlo hablar, pero no sabía que decirle. Seguro que pensaba que era una chiflada… era bastante obvio que era mucho más que una falta de combustible lo que la había dejado tirada en la carretera.
Lo miró mientras conducía. Parecía concentrado. Y era realmente un hombre atractivo. Sin ser especialmente guapo, no tenía cara de niño bonito, resultaba completamente apetecible. Alto y bastante corpulento. Tenía las facciones muy marcadas, la mandíbula cuadrada, los pómulos altos, la nariz grande y recta. Su pelo era completamente negro, adivinó. Lo supo sin dudas a pesar de lo mojado que lo llevaba. Sus oscuras cejas enmarcaban unos ojos muy verdes y brillantes. Ella quería que volviese a mirarla de frente para verlos bien. Tenía una boca plena, un cuello ancho y fuerte, a ella siempre le habían gustado los cuellos, y las manos más atractivas que había visto en su vida, tan grandes y fuertes como el resto del paquete. Era tremendamente masculino, se sentía pequeña ante su poderosa presencia y ella era de todo menos una muchacha menuda.
Se sintió muy excitada de repente. No recordaba la última vez que había repasado y analizado a un hombre de aquella forma, y había estado alrededor de varios recientemente. Sexo mecánico y vacío es a lo que estaba acostumbrada. Tenía que fantasear mientras follaba para estar lo suficientemente excitada y que pudiera llegar al orgasmo. Había tenido bastantes amantes durante su corta vida. Le gustaba sentirse en los brazos de un hombre. Durante el sexo normalmente conseguía dejar atrás todo su pesar, esa compañía tan íntima la consolaba. Pero de un tiempo acá todo se había robotizado. Nada conseguía satisfacerla. Se sentía seca por dentro. No recordaba la última vez que había sentido deseo, deseo auténtico, hasta que lo conoció a él.
De sentirse morir hacía momentos se sentía de pronto completamente viva . La sangre corría por sus venas, sintió endurecerse sus pezones detrás del fino jersey y sus bragas húmedas como nunca lo habían estado. Sintió arrebolarse sus mejillas y entrecortase su respiración. Deseaba abrir su pantalón y hundir su mano en el interior de sus muslos. Sintió que él la miraba. Se mordió el labio e intentó controlar su excitación, pensar en otra cosa, pero no funcionaba. Se decidió a hablarle para tener otra cosa en que pensar.
- Gracias de nuevo por tu ayuda. Y siento haber sido tan imprudente. No quiero pensar en lo que te hubiese ocurrido si no llegas a ver mi coche.
- Bueno, lo que nos hubiera ocurrido. Yo al menos llevaba el cinturón puesto… ¿estás segura de que te encuentras bien? No quiero meterme donde no me llaman pero… ¿tomaste algo… que hiciera que te quedases dormida?
- No. Solo se quedó el coche parado y me dormí sin darme cuenta.
- De acuerdo, per…
- Si no te importa… ¿podemos hablar de otra cosa? Sé que he sido imprudente, y lo lamento, pero es lo que ocurrió. Nada más.
- Bien, como tú quieras.
- Gracias.
- De nada.
El silencio volvió a llenar el vehículo. Ella quería seguir escuchándolo. Lo creía contrariado. Era del todo normal en esa situación. Pero necesitaba oír su voz, despertaba en ella cosas que nunca había sentido. Siguió hablando.
- ¿Eres de por aquí? Parece que conoces bien el terreno.
- Yo vivo en la ciudad, mis padres viven aquí. Estoy pasando unos días con ellos.
- Vaya… siento haberte fastidiado las vacaciones…
- Es solo una noche, y no me siento fastidiado.
La miró y le sonrió. ¿Quién era aquella mujer? Le alegraba que se hubiese animado a hablar. Él llevaba un rato pensando en cualquier cosa que decir, pero había visto tanta tristeza en ella… parecía absorta en sus pensamientos, como si estuviera allí y a la vez no estuviera… aunque ahora la veía algo más atenta y dispuesta. Sus bonitos ojos, tan tristes y oscuros brillaban ahora y sus mejillas se habían coloreado. ¿Estaba ruborizada? Advirtió como de vez en cuando se mordía el labio inferior, abría y cerraba los puños y apretaba los muslos. Si hubiesen sido otras las circunstancias habría pensado que estaba excitada. Solo el mero pensamiento hizo que despertase completamente su entrepierna. Desde que la vio había sentido un cosquilleo por todo su cuerpo, era una mujer bella, de rasgos clásicos y redondos muslos. La historia que cargaba, todas esas emociones que arrastraba con ella… ponían a volar su imaginación y no podía sentirse menos que cautivado.
Pasaron los minutos hablando de cosas banales, el tiempo, el pueblo… los silencios eran frecuentes también aunque no desagradables, estaban cargados de energía, al menos por su parte pensaba él. El escucharla, el atisbar de cuando en cuando una sonrisa en su bello rostro, el sonido de sus respiraciones, el choque de la lluvia contra el vehículo… estaban haciendo de aquellos minutos uno de los momentos más placenteros que había vivido con una mujer, y ni si quiera se había acercado a ella. Se preguntó qué pasaría si lo hiciera… que sucedería si colocaba una de sus manos en su rodilla y ascendía hasta alcanzar su entrepierna… si tocara sus pechos suavemente por encima del jersey o si pasaba su pulgar por sus sensuales labios… Intentó desechar todos esos pensamientos de su mente que no iban a llevarle a buen puerto. Aquella mujer estaba rota. Él lo sentía. Y estaba en el interior de una camioneta vieja y sucia confiándose a un tipo demasiado grande, un total desconocido. Puede que en el fondo estuviera incluso asustada… y él pensando en desnudarla. Ocurrió lo que menos esperaba.
- ¿Me harías el amor?
- ¿Qué?
- Que si me harías el amor.
- Ah… yo…
- ¿Estás casado?
- No
- ¿Pareja?
- No
- Entonces…
- ¿Estás segura?
- Sí
- ¿Por qué?
- ¿Tú no quieres?
- Yo… sí, claro que sí… pero…
- Te necesito, es lo único que sé
Lo miraba intensamente. La pena y su honda tristeza mezclada con la lujuria. Sus ojos brillaban, respiraba entrecortadamente. Dios, aquella mujer lo deseaba. Y él a ella también, era algo que no podía negar. Despacio, ella puso una de sus manos en su antebrazo. Frente a ellos se divisaban a lo lejos las luces del pueblo. Tuvo que frenar el coche por un momento. Se quitó el cinturón, se giró hacia ella y la besó. Ella lejos de sorprenderse agarró sus hombros y profundizó el beso. Sus lenguas bailaban violentamente, sus agitadas respiraciones se mezclaban, sus manos viajaban por sus cuerpos, conociéndose. Ella mordió su mentón, besó y lamió su fuerte cuello, su oreja. Él se dejó hacer mientras con sus manos sujetaba sus pechos, acariciaba su cintura, sus caderas, agarraba con fuerza su generoso culo. No tenía todo el acceso que quería en aquel reducido espacio.
- Ah… espera… deja que te lleve a mi casa
- No me importa hacerlo aquí.
Ella continuaba besándolo, tocándolo… no dejaba su cuello en ningún momento. Lo estaba volviendo completamente loco.
- Quiero tenerte desnuda. Vamos detrás.
Él se incorporó y pasó a la parte trasera del coche y la ayudó a acomodarse junto a él. La lluvia seguía cayendo incesante, chocando contra la camioneta parada en el arcén. A esas horas la carretera estaba vacía, esperaba que no pasara nadie que pudiera interrumpirlos. Echó los sillones delanteros hacia adelante y batió los traseros hasta dejar convertida la parte de atrás en una especie de cama. No era gran cosa pero al menos así podían estar tumbados, necesitaba sentirla debajo de él a toda costa.
Volvió a besarla apasionadamente. Algo en su mente le avisaba que fuese más suave pero aquella mujer le devolvía el beso con la misma pasión que él le demostraba, había dejado a la chica triste y asustada fuera. ¿Quién era aquella mujer? Comenzó a desnudarla. El jersey primero, luego la camiseta y su sujetador negro. Tenía la piel suave y clara. Sus pechos llenaban por completo sus manos, y sus pezones, pequeños y marrones como su cabello se le antojaron un manjar. Los besó, lamió y mordió suavemente a la vez que sus manos se abrían paso al interior de sus pantalones. Pasaron las bragas hasta abarcar su sexo, suave, caliente y mojado. Nunca había sentido a una mujer tan excitada. Y quiso que se corriera así. Semidesnuda, con las uñas clavadas en sus hombros, gimiendo y jadeando fuerte en su oído. Movió los dedos raudamente por sus pliegues, intentaba introducir su dedo dentro de su vagina pero el pantalón ajustado se lo impedía. Siguió moviendo sus dedos, alcanzó el clítoris con su pulgar. Su mano empapada. La sintió tensar su cuerpo, sus mulos aprisionaron su mano y el grito en su oído lo avisó de un intenso orgasmo. Cuando acabó respiraba jadeante, lo miró con sus oscuros ojos nublados llenos de deseo. Él no perdió el tiempo. Sacó su mano de su pantalón y la miró mientras saboreaba sus jugos. Era exquisita, no podía esperar a tenerla en su boca. Rápidamente se desnudó. Se quitó la chaqueta empapada, la camisa, los vaqueros… ella lo miraba mientras quedaba como su madre lo trajo al mundo mientras acariciaba sus pechos y abría sus piernas para él, en una clara invitación. Él terminó de desnudarla, sus pantalones, sus braguitas, los zapatos y los calcetines. Separó sus piernas y observó su sexo hinchado, empapado. Lo quiso en su boca pero antes de que le diera tiempo a actuar ella se incorporó y se apoderó de su boca. Se abrazó a su cuello con fuerza mientras se sentaba a horcajadas sobre él.
Ella nunca había estado tan excitada. Necesitaba tanto sentirlo dentro que le dolía todo su cuerpo. Meció sus caderas adelante y atrás restregando su sexo por su duro miembro. Lo besaba con todo lo que tenía, acariciaba su nuca, su fuerte espalda y él le devolvía todas las caricias. Su cuello la volvía loca, allí el aroma de su piel era aún más intenso. Mordió su cuello y bajó hacia su clavícula. Enterró la cara en los oscuros vellos de su pecho, lo besó, lo lamió, pellizcó sus pezones y ahuecó su miembro en su mano. Era grueso y caliente, sus testículos pesados. Todo en él le encantó. Quiso que se corriera en su mano, tal como ella había hecho minutos antes. Lo masturbó con firmeza mientras lo besaba, su miembro se mojó con sus caricias, él jadeaba en su boca. De pronto se sintió de nuevo tumbada en la improvisada cama de la camioneta. Él había cogido sus manos con las suyas, las puso junto a su cabeza. Se acomodó entre sus piernas abiertas y la miró, el deseo pintado en atractivo rostro.
- Si sigues así, vas a hacer que me corra ya… tranquila…
Ella no podía hablar. Quería que se corriera. Se moría porque la penetrara y se corriera dentro de ella. Meció sus caderas buscando las suyas… y él la acompañó en el baile mientras volvía a besarla. Quería estirar su mano e introducirlo en su interior pero la tenía sujeta y él parecía tener otros planes. Bajó por su cuello, metió sus pechos en su boca, tocó cada centímetro de su piel, besó su ombligo… le soltó las manos para poder trabajar mejor. Cuando hundió su cara en su sexo ella volvió a estallar, cerró sus muslos y agarró su pelo con fuerza. Él no le dio tregua y siguió lamiendo sin cesar. La comida que le dio a su sexo fue la más intensa de su vida, no se limitó a lamer: besó, chupó, sorbió y jugó con sus dedos en su interior y en su ano… y ella notó como dentro de su pasión había cierta ternura… acariciaba suavemente el interior de sus muslos, acariciaba con su nariz todo su sexo mientras la olía… todo eso la volvió a llevar a un nuevo orgasmo más intenso si cabe que el anterior. Él se incorporó y la miró a los ojos mientras volvía a sujetar sus manos, pero esta vez las llevó a sus hombros.
- Bésame… bésame todo…
Ella lo besó. Hundió la lengua en su boca y recogió su propio sabor no solo de sus labios, lo probó en su mentón, en su nariz, en sus mejillas… Ella resbalo las manos por sus hombros, acarició toda la anchura de su espalda, llegó a su culo y lo apretó con fuerza mientras lo acercaba más a ella.
- Folláme. Te necesito dentro ya…
Él no se hizo de rogar. Colocó su erección justo en su entrada. Agarró y acarició sus muslos, acercó su rostro al de ella…
- Mírame… no dejes de mirarme
Ella así lo hizo. No dejó de mirarle mientras su grueso miembro se introducía lentamente en su interior. Lo sintió todo, como nunca antes había sentido nada. Sintió como se introducía centímetro a centímetro, muy lentamente. Sintió como él se estremeció cuando estuvo completamente enterrado hasta la empuñadura. Sintió los músculos de su vagina rodeándolo, aprisionándolo en su interior. Sintió el sudor de ambos mezclarse, cómo sus respiraciones se colapsaban con el sonido de la lluvia. Vio sus ojos verdes, ahora oscuros, sus pupilas dilatadas por el deseo. Se sintió llena, plena como nunca antes, hasta no saber dónde empezaba uno y dónde acababa el otro. Lo abrazó, en ningún momento despegó sus ojos de los suyos. Él se empezó a mover. Ella rodeo su cintura con sus piernas. Al principio empezó un lento y profundo vaivén. Su miembro se estrellaba hasta el fondo de su sexo. Para ella, su cara de placer mientras la penetraba fue lo más bello que recordaba haber visto nunca. El aceleró el ritmo. Empezó a embestirla salvajemente, pero controlándose en todo momento para darle el mayor placer. La agarraba con fuerza, ahora un pecho, ahora un muslo. Él pegó su frente a la suya, rozaba sus labios con los de ella. Respiraban el uno en la boca del otro. Ella se abrazaba fuertemente a su espalda. Los gemidos y los jadeos llenaban el interior de la camioneta. En ningún momento hablaron, solo se miraban a los ojos y fundían sus cuerpos en un momento mágico, sublime y hermoso. En ese momento todo lo que ella conocía, lo que veía, oía, sentía y respiraba era a él. Quiso que nunca acabara. El sexo se apoderó de toda la situación. Las caderas de él se movían como pistones y ella movió las suyas, buscándolo. Sintió el orgasmo atravesarla segundos antes de que le pasara a él. Sintió como se tensó su cuerpo antes de que se vaciase dentro de ella. Su orgasmo se alargó infinitamente. Ambos se estremecieron, se abrazaron y gritaron roncamente. Cuando acabó, él se desplomó encima de ella agotado, el sudor empapándoles. Dentro de la camioneta, solo se escuchaban las agitadas respiraciones de los dos. Cuando se calmaron él se dispuso a salir de ella, para no aplastarla.
- Por favor no salgas aún de mí…
- Peso mucho, no quiero aplastarte…
- No me molesta tu peso… por favor, quédate…
Ella le habló con un hilo de voz. Su respiración aún difícil, su corazón latiendo desbocado. Él le dio lo que le pedía, quedó tumbado encima de ella, dentro de ella, mientras notaba como su miembro poco a poco se retraía, aunque aún sentía como la llenaba… Vio como ella cerró sus ojos, cansada, como su respiración poco a poco se estabilizaba. Ella le acariciaba su espalda con la yema de sus dedos, haciendo grandes círculos lentamente. Ninguno de los dos habló. Él notó como poco a poco ella dejó de acariciar su espalda, pero seguía abrazándole. Levantó la cabeza de su hombro y la observó. Se había quedado profundamente dormida. Miró su bello rostro, ahora completamente relajado, sus mejillas ruborizadas… besó sus párpados cerrados, la punta de su nariz y sus labios entreabiertos… “No salgas aún de mí” le había dicho… se encontró pensando que él tampoco quería salir, que nunca querría salir de su interior… pensó que la vida te sorprende de las más inesperadas formas, que su mundo, ordenado siempre, se había puesto patas arriba en aquellas horas… pensó que aquello que habían compartido era mucho más que buen sexo pues había sentido demasiado… pensó en la mujer que tenía en sus brazos, aquella mujer que parecía arrastrar su corazón… y se vio pensando que él quería recogerlo…
Allí, en aquella noche de noviembre, tuvo la idea de que no le importaría morir en aquel momento, dentro de aquella mujer triste y apasionada. ¿Quién era ella y qué le había hecho a su corazón?